Discapacitados sobreprotegidos

¡Hey!, hola, hola:

La cosa no puede ser tan simple como limitarse a la frase "El que tiene plata hace lo que quiera". Probablemente sea más cuerdo, en este caso específico, decir "El que tiene plata hace lo que debe". Parece que la clave es tener la plata, pero en realidad el secreto permanece en la voluntad política para hacer lo que se debe.
Hace rato que Japón, la tercera economía más poderosa del mundo, se dio cuenta que tendría en el futuro un problema con el manejo de la población. El país tiene una densidad poblacional altísima y Tokio es la ciudad con la más alta densidad poblacional del mundo.
En un artículo que pronto saldrá en Revista Diners, gracias a la bondad del "pájaro" Febres Cordero, escribí que la densidad de esta ciudad equivale a meter a los habitantes del Ecuador en la mitad de la provincia de Imbabura. ¡Todos los llamingos todos en el mismo costal!
Entonces, hay un tema tremendamente difícil de resolver que es el número de personas. Pero el siguiente puede ser peor: la edad de las personas.
Hace poco, mientras regresaba de Alpha Institute, de mis clases de japonés (de las que hablaré en algún momento) subí a mi bus habitual y noté que una mujer vieja, sentada en su silla de ruedas, era uno de los pasajeros.

Cuando llegó su parada el conductor estacionó el bus junto a la vereda, lo apagó, dejó de su asiento, fue hasta un compartimento que jamás se me hubiera ocurrido que existía, sacó una rampa y la colocó desde el bus hasta la acera. Luego, retiró el cinturón de seguridad colocado para evitar el movimiento de la silla de ruedas, tiró de ella y la dejó, con su ocupante, muy cómodamente en la acera. Colocó todo en su lugar, encendió el bus y seguimos el recorrido. Evidentemente a ningún japonés se le ocurriría chistar ningún comentario sobre esta operación, porque a los viejos y a los minusválidos se les respeta, es un tema de solidaridad, de hacer lo que se debe y no lo que se quiere.
(Por si he herido algún oído, en español hay una palabra para cada cosa, para cada acción, un término preciso para todo. Por eso, en el Llamingosan se dice viejos a los viejos y discapacitados a los discapacitados. No me interesa lo políticamente correcto. Tengo un compromiso por llamar las cosas por su nombre y allá los melindrosos que se entretegan inventando sus metalenguajes tecnocráticos).
Esa operación, la acción de facilitar el descenso del bus de una vieja en silla de ruedas, es fundamentalmente un acto de respeto ciudadano. Y tiene su costo, que lo cubre la ciudad, la prefectura o el gobierno, eso no es importante.
Si esa vieja (tenía unos ojos preciosos, no era posible ver más) tenía que tomar el tren subteráneo hubiera sucedido lo mismo. Detienen por completo las escaleras eléctricas, mandan al resto de ciudadanos a subir o a bajar usando sus rodillas, colocan un dispositivo especial y la silla de ruedas con su ocupante descienden como si bajaran del cielo. No, nadie se estresa por eso.
Sobre todo en las avenidas grandes y en todas las estaciones existe unas líneas amarillas en el piso, con unos montículos paralelos, que sirven para que los ciegos puedan seguir el camino desde el tren hasta fuera de la estación con la única ayuda de sus bastones. Son kilómetros de estas ayudas.
Japón es el país con el índice más alto de longevidad. En todo el territorio, la expectativa de vida de los hombres es de 80 años y de las mujeres de 85 (72 y 75 respectivamente en Ecuador). Aquí vive el mayor número de habitantes centenarios del mundo.
Hasta el último día de su vida un ciudadano tiene su pensión mensual que es casi igual al salario mínimo (USD 2.500) y las facilidades son enormes. Pueden hacer todo lo que se les venga en gana con tarifas reducidas y tienen la energía para lograrlo.
Los japoneses fuman, beben, se angustian por el trabajo, comen chancho, hay altos niveles de contaminación. Pero viven como locos, quiero decir, cumplen años como locos. La clave parece ser la alimentación: el pescado, las verduras, el té verde (con muchos antioxidantes) les hace ser personas de baja estatura y de larga esperanza de vida.
Y es fantástico mirar a los viejos irse a hacer turismo como locos por todas partes o hacer algunos trabajos que no tienen una gran carga corporal, hacen deporte, se dedican a los idiomas y a las artes.
Hace poco, la primera japonesa que tuvo el papel protagónico de la película Madame Butterfly en 1954, estrenó su última producción. A los 80 años. De manera que hay viejos sanos y activos, y su atención demanda de plata.
Como se sabe, la plata para sostener a los jubilados nace de los aportes de los no tan viejos que todavía están trabajando. Las políticas pára aumentar la tasa de natalidad no han funcionado y no se ha logrado mejorar el actual 1,3. Si se suma y se resta, en este momento uno de cada cinco japoneses tiene más de 60 años. Quiere decir que hay cinco trabajadores aportantes que sostienen a cada jubilado.
Pero en 50 años las cosas serán parejas, uno de cada dos japoneses tendrá esa edad y podrá hacer uso de su jubilación. Para un solo trabajador es imposible sostener a un jubilado. Como dirían en la tienda de la esquina de mi casa, "¿Yaura?".
Las políticas migratorias son bastante complicadas, el 1,2% de habitantes son extranjeros, de manera que un aumento de la población no se resuelve por ahí. ¿Hacer campañas para que se llenen de hijos? Tampoco, no hay recursos para atender a tanto vástago.
Los japoneses no tienen la respuesta para los poblemas derivados de la estructura de la población pero, al menos, han comenzado a pensar qué hacer, mientras tienen tiempo.
Los discapacitados, hasta que eso suceda, seguirán teniendo aquí un trato justo. Creo que lo que ha hecho el Vicepresidente Moreno en el Ecuador es muy bueno y debería mirar a países que hicieron lo mismo que él pero hace tres décadas, para extraer las lecciones que sirvan para el Ecuador.
La conclusión es clara: hay que afrontar los problemas y hay que darles solución a tiempo.
A lo mejor la vieja de la silla de ruedas no tiene la menor idea del complejo sistema de ayuda que funciona para que ella pueda descender del autobus como una reina. Lo que los otros pasajeros sí sabemos es que se lo merece.

Topamos al rato.

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