Un crisantemo sobre las ruinas

Corazón partido, eso siento ahora y con ese corazón les abrazo.

Jishin, tsunami, desatre nueclear. ¡Vaya tríada! Cada uno por separado provoca pavor, pero las tres juntas, desatadas una detrás de otra, crean una historia que es difícil de contar, que provocan que el corazón, por lo menos, se parta.
Con esa sensación llegó este 11 de marzo de 2012. El Instituto Geofísico de la Escuela Politécnica Nacional tuvo el desacierto de publicar un artículo del diario La Razón, de España, que titula: "Japón recuerda el tsunami y se prepara para la próxima tragedia".
La teoría del apocalipsis, balbuceada en la fecha en la que un pueblo de 130 millones de habitantes recuerda con profunda tristeza lo que pasó hace un año.
El morbo periodístico de La Razón no se contenta con hincar el dedo en la herida, sino que amenaza con volver a hacerlo en la herida que aún no se ha provocado. Uno de los problemas más graves de la prensa en el mundo es que está repleta de tontos, que tienen una incapacidad patológica para mirar los contextos.
Pasó lo siguiente: un terremoto de 9 grados, con varias réplicas inmediatas, hizo temblar la tierra por cinco minutos seguidos, una eternidad. El terremoto provocó un tsunami que golpeó la costa unos minutos después (se calcula que la ola alcanzó los 45 metros de altura). Entre el terremoto y el tsunami causaron daños estructurales en una planta nuclear que, finalmente, explotó.
Si esos tres juntos no pudieron tumbar a un país, es poco probable que el próximo sea calificado como tragedia. Vale, creo que debemos echar un poco más de cabeza. ¿A qué llama tragedia el desatinado corresponsal de La Razón, qué mismo es una tragedia?
Se me ocurren dos caminos: el conteo de los muertos o el conteo de los que pudieron morir. El terremoto de Haití mató a 316.000 personas. El tsunami en Indonesia cobró la vida de 230.000 personas. En el accidente nuclear de Chernobyl hubo 31 muertes directas e imediatas. 546.031 víctimas en tres eventos similares, en países diferentes.
Las de Japón fueron 13.000 víctimas y la cuenta de desaparecidos llega a unos 16.000.


El 11 de marzo de 2012, a las 14:46 unas 100 millones de personas dejaron de hacer lo que les ocupaba y juntaron las manos para orar, para recordar a las víctimas de la tríada que pasó rozando los rostros como una tormenta divina. Yo estaba en Kamakura, cerca de Tokio, donde existen algunos templos imponentes y donde, sentado y mirando al mar, con ojos de solidaridad, está el buda de bronce más grande de todos.
Una brisa tibia se me pegó a la piel, como una mascarilla revitalizadora para la tez. No había sentido nada parecido, evidentemente eran los recuerdos acumulados de las personas que formaron una sensación nacional y que terminó por expresarse como una brisa tibia en un ambiente frío. El buda de bronce cambió su gesto a una sonrisa paternal.
Lo que vino después del desastre fue la reconstrucción. Por ahora subsisten problemas: la radioactividad en una área alrededor de la planta nuclear de Fukushima, la dificultad para deshacerse de una manera racional de los 22 millones de toneladas de escombros y el drama social.
Carmen es una ecuatoriana, casada con un japonés, que reside en Rikuzentakata. En marzo del año pasado vivía en su casa nueva y trabajaba para pagar las deudas. Luego del tsunami, ni siquiera ha podido determinar cuál es el terreno donde estaba su vivienda.
Las autoridades ordenaron la condonación de una parte de las deudas de los damnificados y ahora la familia de Carmen sigue trabajando para tratar de estar al día con los pagos al banco, pagar por cosas que ya no tienen. Se las llevó el mar.
Tepco, la empresa eléctrica japones, propietaria de la planta de Fukushima, tiene un fondo de USD 3.500 millones de dólares para indemnizar a las víctimas del accidente nuclear, pero parece que esa cifra no va a ser suficiente.
La recuperación toma tiempo, pero hay señales de que se la conquista paso a paso. Hace poco, hubo un concurso en el que se calificaba la calidad de las algas, uno de los principales alimentos de la dieta japonesa. Un grupo de productores que trabajan muy cerca de la zona de exclusión radioactiva obtuvo el tercer lugar (evidentemente, se hicieron todos los análisis de contaminación posible). Hay indicios de recuperación y evidencias de reconstrucción.
De manera que la palabra "tragedia" se vuelve relativa. Evidentemente, para Carmen fue una tragedia, pero desde un punto de la comunicación, de las palabras que usamos para conversar, de lo que leemos, de cómo nos comprendemos me quedan dudas. Y otra cosa, el contexto.
En la nota periodística que provocó esta otra nota periodística, lo que al final es determinante es el contexto. Leída toda la nota, el autor provoca la sensación de que simplemente hay que sentarse a esperar la muerte.
Entonces llega la segunda reflexión. Desde la perspectiva de lo que se evitó, y con un análisis completamente silvestre, el Japón evitó una tragedia. Hagamos algo de aritmética, la típica regla de tres: (muertos en japón*100) / (muertos en el tsunami de Indonesia+muertos en el terremoto de Haití+muertos en el accidente nuclear de Chernobil). El resultado es 2,6%.
A mi entender, tan relevante como los efectos trágicos de esta tríada de eventos es la gestión de prevención, la cultura de la población para enfrentar los desastres que siempre les han amenazados.
Para Japón, la peor tragedia sigue siendo la provocada por los seres humanos. Con nombre y apellido, por los gringos, las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki cobraron las vidas 220.000 japoneses.
Es paradójico, ¿cierto? ¿Alguien usó entonces la palabra "tragedia"? Estoy seguro que no, habrá sido "la defensa de la democracia y la construcción de la paz por parte de las armas del gran guardián del mundo". Es paradójico, repito.
Y el crisantemo renacerá de entre los escombros alentado por el soplo divino de Amaterasu para mirar el futuro con los ojos ahítos de esperanza. Eso amo de la humanidad, la terca y obstinada pasión por la esperanza.

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