El hanami y la veneración de lo breve

Saludos, contento de desearles un feliz inicio de la primavera

Ese es el tema que nos convoca hoy y que en el Japón se expresa como una de las mayores celebraciones del calendario anual: la primavera que se presenta como el final del oscuro invierno y el renacer de la vida, el sol, los colores: la eclosión de los sakura.
En el Japón, el nombre de los cerezos es, precisamente, sakura, y festejar abrazados por las ramas repletas de las pequeñas flores se denomina hanami.
Esta fiesta es tan importante que los ciudadanos esperan con ansias los días en los que se producirá la eclosión y que oficialmente solo está autorizado a anunciar la Agencia Meteorológica de Japón.
Como explica el portal nippon.com, «Cada año este “frente del sakura” se anuncia a diario a partir de marzo en la televisión y los periódicos, y presenta con unas líneas en un mapa, como si fueran frentes meteorológicos». Hay quienes siguen la floración en peregrinaciones de sur a norte. 
Foto de Paulina Jiménez
La verdad es que están pendientes del florecimiento de los sakura desde hace más de mil años. En el siglo VII las familias nobles tenían la costumbre de organizar convites. La excusa era este fenómeno del mundo vegetal pero, en realidad, el sentimiento estaba más dirigido a principios religiosos. El sintoísmo, como es conocido, venera, sobre todo, a la naturaleza que, según sus principios, son deidades y son obra de los dioses mayores que habitan en el altiplano del cielo. Luego, esta explosión pirotécnica de vida es motivo de algarabía mística.
Hay otros vestigios que indican que en el pasado esta fiesta ponían el marco de celebración, grave y festiva, para para dar la bienvenida a los dioses del campo, se realizaba una ceremonia religiosa que era también un rito de adivinatorio para tratar de predecir las cosechas.
Para el budismo, por otro lado, es un momento especialmente propicio para profundizar en lo efímero. La flor del sakura tiene un ciclo vital muy reducido y repleto de belleza. Es un ciclo que se repite y se repite incesantemente, tal como la vida, breve, eterna, bella.
Era, también, de suma importancia para los samurái. Los guerreros veían reflejadas sus vidas en el ciclo de los sakura pues generalmente morían jóvenes, pero luego de haber tenido una vida bella, entregada al camino de la perfección.
Parque de Shinjuku, 2013
Es probable que quienes ahora festejan el hanami no recuerden que la fiesta comenzó con estas consideraciones, pero tampoco pueden evitar sentir algo de lo que les inspiró en el pasado a gozar con este tan simple espectáculo natural. Los japoneses tratan de conservar las tradiciones y este es un ejemplo.
Con el tiempo, la costumbre de comer y beber debajo de los árboles sakura recién florecidos se amplió a los samurái y al resto de la sociedad nipona. Y mil años después tiene pocas variaciones y ciento treinta millones de adeptos, por lo menos.
La costumbre sigue siendo reunirse con la familia, los amigos o los compañeros de oficina para comer y beber a la sombre de un árbol de sakura
Para una ciudad como Tokio, y para las principales urbes del Japón, los grupos de celebrantes deben hacer esfuerzos por conseguir un buen lugar. El distrito metropolitano tiene quince millones de habitantes y todos quieren un par de metros cuadrados para hacer su hanami, pero no hay tantos sakura en la ciudad. Es costumbre que se delegue al colega más joven de la oficina para que haga lo que deba para reservar el mejor de todos los lugares para sus compañeros, sin importar que eso signifique pasar la noche solo y con una manta térmica en un parque silencioso. Al día siguiente, los compañeros llegarán con suficiente viandas y bebida. Hay lugares en los que no quedan diez centímetros cuadrados libres.
Foto captada en Chidorigafuchi, Chiyoda, Tokio.
El florecimiento de los sakura llega enseguida del Día del Equinoccio de Primavera, como se llama oficialmente a ese feriado y a ese 21 de marzo universalmente importante. Sucede también en medio del cierre del año fiscal (que se produce al terminar marzo), en esta época muchos graduados de las universidades comienzan a trabajar y coincide con el inicio de un nuevo año escolar.
Es como si en 365 días la Tierra hubiera hecho una gira alrededor del universo y volviera al inicio. Un nuevo comienzo, la renovación, la brevedad.
Si bien el sakura es un árbol de origen asiático, la veneración de la que es objeto en Japón ha llevado a desarrollar más de 300 variedades, de las que nacen flores generalmente de tres colores: blanco, rosado y púrpura.
Parque de Shinjuko, 2013
En general, las más admiradas son las flores blancas, cuyos sépalos tienen un tono púrpura. La relación de las tradiciones del Japón cuenta que cuando los samurái iban a la guerra, las viudas, amordazadas por un dolor insoportable, practicaban el rito del sepukku al pie de estos árboles; los sakura absorvían la sangre y las flores brotaban con es color particular, que es en realidad el color de la sangre de una mujer triste.
Esa brevedad y la condición efímera de este espectáculo natural evidentemente ha inspirado a poetas y ha sido el motivo para obras de arte desde hace más de mil años. Con el paso del tiempo, además, permite niveles extraordinario de innovación en productos que se comercian en estos días, como licor de pétalos encurtidos, tapices, pinturas, infusiones, dulces, telas de quimono, ropa casual, papeles de origami, chocolates, cremas, perfumes.
En este, que de alguna manera podría compararse con el día de campo o el pique-nique francés o el picnic anglosajón solamente en lo formal, en ese banquete se toma cerveza, nihonshu y shōchū (sake), entre otras bebidas, junto al típico edamame (sojas verdes), karaage (pollo frito), sushi, onigiri (bola de arroz) y otros tentenpiés, aunque también hay casos en los que se cocina carne en la barbacoa.
Quizás la comida más tradicional sea el dango (un dulce preparado con harina de arroz) de tres colores, rosa pálido, blanco y verde, ensartado en un palillo. El rosa es el color del sakura que simboliza la primavera que, en este caso, es el punto intermedio entre el blanco nieve del invierno y el verde artemisa del verano.
Hamarikyu
Es tan japonesa esta tradición, que el gobierno ha regalado árboles como una muestra de respeto a países amigos. En Washington, por ejemplo, hay varias centenas de sakuras donados por el gobierno nipón, pero también hay en Santiago de Chile, para mencionar dos ejemplos. La pasión por el hanami es secuencial, un efecto que es llamativo, porque los sakura florecen de acuerdo a cómo se va calentando el clima. El primero sitio en eclosionar es Okinawa, la isla más meridional, y el final es en la isla de Hokkaido, al extremo septentrional del archipiélago. Hasta aquí, todo lo relatado es festivo, un carnaval, el destape de los colores de la naturaleza y del alma humana. Pero muy pocos días después, no más de diez, las flores caen mecidas por el viento y se abrazan de las gotas abundantes del famoso "abril, aguas mil". Entonces los árboles se quedan tan desnudos como en el invierno. Y llega un sentimiento de nostalgia, provocan cierta sensación de impudicia. A lo mejor, la certeza de que esas hermosas flores van a morir tan pronto es lo que genera esa mezcla de sensaciones: evocación, asombro, nostalgia, felicidad. Lo efímero es así, la revelación de lo finito en medio de la constatación de la belleza del renacimiento.

Me voy, como se irán pronto las flores del sakura. Gracias a ustedes, siempre.

Noticia: este artículo fue enriquecido en marzo de 2015.

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