Kintsugi, el arte de reparar con belleza

Es un gusto enorme sentarnos a conversar, como siempre. ¿Se toman un café conmigo?

Les quiero contar algo que surgió de mirar una publicación en una de las redes sociales. De pasada leí la palabra kintsugi y muy rápidamente me entraron por los ojos palabras que me generaron la idea de corazones rotos y corazones reparados.
Pero he escarbado un poco aquí y otro tanto allá y he visto que el de ahora no es, al menos en origen y en el pensamiento de los autores, nada parecido a eso.
El kintsugi es el arte de reparar cerámica rota utilizando un barniz de laca mezclado con metales preciosos, con el objetivo que la cerámica arreglada sea más hermosa que la pieza original.
En occidente se ha escrito que el arte del kintsugi también se puede usar para reparar almas rotas con el dorado hilo del amor; el objetivo es lograr que las personas sean mejores.
Los maestros japoneses no tienen eso en mente. Su intención es completamente diferente y está lejos de ser un asunto de moralejas. Esos maestros se rigen por la estética japonesa, que se basa en los principios del wabi-sabi; es budista, de la secta zen.
Uno de sus dogmas de fe plantea que un cuenco no es bello por sí, no es bella su apariencia sino su esencia. La importancia que se da a las cosas está en quién las mira no en las cosas en sí mismas.
También hay quien cree que está el kintsugi está atado a la resiliencia. Pero no hay evidencias de que los artistas japoneses estén preocupados por el contexto sicológico de la palabra, en cuanto "Capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas" ni las características mecánicas: "Capacidad de un material elástico para absorber y almacenar energía de deformación" (ambas definiciones de la Real Academia Española de la Lengua).
El arte mencionado tiene un origen antiguo, se remonta al siglo XV: el sogún Ashikaga Yoshimasa envió a China la taza que más le gustaba para beber té, había caído y se había roto. De China volvió con las piezas juntadas con un  gancho de metal que mantenía las partes unidas y que le había robado todo rastro de belleza.
Yoshimasa convenció a los alfareros japoneses que intenten unir las piezas rotas de manera que el cuenco quedará tan hermoso como el original. Y les desafió a que mejoren la pieza original.
Lo hicieron y el arte que se desarrolló desde entonces provocó que, incluso, algunos coleccionistas rompan deliberadamente valiosas piezas de cerámica solamente para que fueran reparadas con la técnica del kintsugi.
El kintsugi lleva a un nuevo nivel a la ya compleja estética de los cuencos reparados. Una pieza de cerámica china elaborada con la maestría de los alfareros es una muestra maravillosa de simetría. Cuando se quiebra se destruye la simetría con los zigzag de la violencia del golpe; los trazos circulares que centran el poder de la vasija en sí misma se desvanece.
Los artistas del kintsugi no tienen la posibilidad -y tampoco la intención- de restablecer el espíritu único de una pieza maestra, no es parte de su ánimo, ni de su habilidad, no saben una manera de volver a crearla exacta.
Lo que sí saben hace es devolverle la geometría original, si es del caso; no esconden las heridas de la rotura y unen las piezas de manera que crean un cuenco nuevo, un nuevo espíritu.
Es más que añadir metales preciosos a una pieza de cerámica, hay escrito en un cuenco reparado con la técnica de kintsugi una versión de una obra de arte con una intención diferente, meter la mano en una danza ajena para lograr que cambien los pasos de la coreografía. Romper deliberadamente, empujar para que la pieza reparada sea mejor que la original.
El hecho de no intentar esconder la fractura se explica porque los artesanos se niegan a borrar esa parte de la historia del objeto. Que una pieza se haya roto es natural, hacer notar ese momento de ruptura a través de la belleza es uno de los aspectos que inspira a los maestros del kintsugi
Es sorprendente que suceda esta especie de flujo creativo entre anónimos. Quien creó la pieza de cerámica es, normalmente, completamente diferente del quien la reparó cuando se quebró. Sin saberlo, el uno creó una obra de arte y el otro la re-creó de manera que un cuenco perfecto que se ha roto y ha sido reparado utilizando la técnica japonesa tiene más valor que uno intacto.
Este arte es una expresión más del wabi-sabi, palabras que distingue a la estética japonesa (cuya descripción más amplia se puede leer aquí). Según los principios estéticos, nada es perfecto, nada es eterno, se debe eliminar lo superfluo y nada está terminado. 
Es eso, la imperfección como camino a la iluminación.

Gracias por la compañía. Nos veremos pronto.

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